Siento decepcionar, pero, que yo sepa, el trucazo ese no existe, juas, juas. Como ya hemos dicho alguna vez, cada uno percibe las cosas de una manera, tiene más desarrolladas unas habilidades que otras y, por tanto, aprende a distinto ritmo y con estrategias diferentes que los demás.
Cuando ya era un profe veterano, me fui a los EEUU e hice la formación de la PSIA (Professional Ski Instructors of America). Me encantó el enfoque orientado al alumno de su enseñanza y, allí, escuché por primera vez el concepto de "estilos de aprendizaje". ¿Tú qué eres, Carlos, doer, explorer o analyser? y yo, que pensaba que aquello eran modelos de artilugios de uso inconfesable, decía ¿yooo? yo miro pabajo y pienso en los pies. Ah, decían, entonces tú eres un kinesthetic. Pues eso. Yo era un quinestesih. Menos mal, pensaba.
Fuera bromas, es muy conocida la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner, que trataba de definir esas diferencias entre cada persona. Aquel viejo enfoque de los estilos de aprendizaje está relacionado con esa idea, aunque parece ser que él mismo renegaba de la aplicación demasiado entusiasta que se ha dado a sus hipótesis, algo, por otra parte, habitual con tantas cosas oportunas que terminan no teniendo nada que ver con la intención original de su creador. La teoría, en fin, tenía el mérito de clasificar todos esos perfiles mentales y, efectivamente, en la enseñanza del deporte puede ser útil detectar la inteligencia llamada corporal-cinestésica relacionada con el control del cuerpo, la coordinación y el equilibrio, la inteligencia espacial para calcular distancias y trayectorias o la inteligencia intrapersonal que tiene que ver con la regulación de las emociones. También es sugestiva la idea de que estas capacidades, a pesar de tener un carácter genético, pueden ser cultivadas.
Sea o no cierta, es evidente que sirve para personalizar el entrenamiento y, de hecho, muchos lo han hecho desde siempre de manera intuitiva: si tienes a alguien con esa supuesta inteligencia espacial le vendrán mejor instrucciones visuales, si es un kinesthetic como yo, o sea, tiene sensibilidad cinestésica (menos mal que no era nada malo, jaja), pues le servirá centrarse en las sensaciones que percibe. Y esto nos lleva a lo que hemos comentado en otras ocasiones: debemos intentar hablar en el mismo idioma que el alumno. Si un enfoque, una instrucción, un truco no funcionan, hay muchas piedras que elegir a las que saltar y cruzar el río. Y si no tenemos alumnos, podemos aplicárnoslo a nosotros mismos. A veces escogemos la manera más habitual de acercarnos a algo nuevo porque es lo establecido, sin caer en que, igual, a nosotros, nos va mejor otro tempo u otro escenario. Y, ojo, del mismo modo, no caigamos tampoco en el error de creer que lo que nos sirve a nosotros va a funcionar con todos. Uno de los mayores problemas de la enseñanza del esquí se debe, justamente, a que explicamos las cosas bajo nuestra perspectiva, a menudo con confusiones anatómicas y en un lenguaje poco preciso que se transmite de boca en boca sin que, al final, nadie sepa bien de qué estamos hablando.
Así que, asumámoslo, el trucazo definitivo no existe; en el esquí apenas hay soluciones universales. En aquellos años en EEUU me llamaban Carlos the proper -Carlos el correcto- y me encantaba, aunque los tendría engañados porque yo era más bien un heterodoxo, un incorrecto, incluso un raro, jaja, y es que, dentro de ciertos límites sensatos, seguramente sin saber por qué, aunque con cuidado y metiendo la pata una y otra hasta dar con la tecla, hice siempre las cosas aquí y allí, no sé si bien o mal, pero como hubiera dicho Paul Anka, o Frank Sinatra o el que fuera que lo cantaba, a mi manera. Como todo el mundo, supongo, juas, juas.
¡Buenas huellas!
Carolo, enero de 2025